[...] Adorando los Pies del Señor y manteniendo su gloria presente en su corazón, Angada inclinó la cabeza ante todos y partió.
El gallardo hijo de Valí era experto en la guerra, intrépido por naturaleza y apreciaba el poder del Señor.
Tan pronto como entró en la ciudad se encontró con uno de los hijos de Ravana, Prahasta de nombre, que estaba jugando allí.
Como saludo empezaron a pelear; ninguno de los dos tenía rival en fuerza y ambos estaban en la flor de la juventud.
Prahasta alzó su pie para golpear a Angada quien a su vez lo asió de éste y haciéndolo girar, lo echó por tierra.
Viendo que era un formidable guerrero, los demonios empezaron a correr atropelladamente en grandes números, demasiado asustados para dar la alarma.
No se decían los unos a los otros lo que había pasado sino que cuando pensaban en la muerte del hijo de Ravana se mantenían callados.
Por toda la ciudad se corría la voz de que el mismo mono que había quemado Lanka había vuelto de nuevo. [...]
El gallardo hijo de Valí era experto en la guerra, intrépido por naturaleza y apreciaba el poder del Señor.
Tan pronto como entró en la ciudad se encontró con uno de los hijos de Ravana, Prahasta de nombre, que estaba jugando allí.
Como saludo empezaron a pelear; ninguno de los dos tenía rival en fuerza y ambos estaban en la flor de la juventud.
Prahasta alzó su pie para golpear a Angada quien a su vez lo asió de éste y haciéndolo girar, lo echó por tierra.
Viendo que era un formidable guerrero, los demonios empezaron a correr atropelladamente en grandes números, demasiado asustados para dar la alarma.
No se decían los unos a los otros lo que había pasado sino que cuando pensaban en la muerte del hijo de Ravana se mantenían callados.
Por toda la ciudad se corría la voz de que el mismo mono que había quemado Lanka había vuelto de nuevo. [...]